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Rothbard: entendiendo la historia de la banca desde una perspectiva austriaca

A History of Money and Banking in the United States: The Colonial Era to World War II
por Murray N. Rothbard
Editado con una introduction por Joseph T. Salerno
(Auburn, Alabama: Instituto Ludwig von Mises, 2002; 510 páginas)

A History of Money and Banking in the United States comprende una colección de ensayos escritos por Murray N. Rothbard y compilados y editados por Joseph T. Salerno. Se trata del tratado más completo y esclarecedor sobre la historia del dinero y la banca (no sólo en los Estados Unidos, sino también, en gran medida, en el resto del mundo) escrito hasta la fecha. En resumen, esta obra constituye la interpretación histórica más esclarecedora, desde la perspectiva de la escuela austriaca, de la evolución del dinero y la banca a lo largo de casi los últimos 250 años. Por tanto, todos los estudiosos que deseen comprender y seguir de forma coherente la evolución de los acontecimientos monetarios y bancarios en todo el mundo deben leer este libro y familiarizarse con él. De hecho, supera con creces al que Friedman y Schwartz escribieron sobre el mismo tema. Hoy en día, su libro es desgraciadamente el más conocido e incluso está ampliamente considerado como la historia por excelencia de la evolución del dinero en los Estados Unidos.

La gran ventaja comparativa del libro de Rothbard respecto a los de Friedman y Schwartz reside en el muy superior marco teórico (centrado en la teoría austriaca del dinero, el capital y los ciclos) del primero frente al burdo monetarismo macroeconómico del segundo (perspectiva que sus autores adoptaron de Fisher y Mitchell). Cualquier economista serio que tenga la oportunidad de estudiar y comparar ambos libros llegará casi inevitablemente a la conclusión de que sólo Rothbard, con su profunda formación teórica y sus notables dotes como historiador, es capaz de arrojar luz sobre el mundo que nos rodea y cómo ha evolucionado hasta convertirse en lo que es hoy. Sólo el libro de Benjamin Anderson Economics and the Public Welfare es comparable a la obra de Rothbard que estamos reseñando, aunque el periodo sobre el que escribe Anderson es mucho más corto y en realidad sólo abarca los acontecimientos entre las dos guerras mundiales del siglo pasado.

Por el contrario, el libro de Rothbard comienza trazando la evolución del dinero y la banca desde el periodo colonial y la época de la Declaración de Independencia americana. Este enfoque es crucial para entender no sólo por qué las monedas de plata emitidas por España («dólares españoles») fueron tan importantes en los Estados Unidos durante muchos años de ese periodo, sino también y sobre todo los distintos intentos de los estatistas hamiltonianos de crear un banco nacional, intentos que, afortunadamente, fracasaron hasta la creación de la Reserva Federal en 1913.

Como explica muy claramente Rothbard, durante gran parte del siglo XIX predominó la tradición de los presidentes Jefferson, Jackson y Cleveland del gran Partido Demócrata, que contaba con el respaldo de un grupo cada vez mayor (debido a la inmigración de católicos irlandeses y luteranos alemanes) y defendía el máximo grado de laissez-faire, así como un sistema monetario fuerte, no inflacionista y basado en el oro. Rothbard también escribe que, a partir de 1896, esta tradición libertaria y favorable al oro del Partido Demócrata fue abandonada, principalmente debido a la influencia negativa del Partido Republicano y a una nueva ideología basada en la «cartelización obligatoria mediante una asociación del gran gobierno, las empresas, los sindicatos, los tecnócratas y los intelectuales» (p. 179), una ideología que no ha dejado de crecer, expandirse y fortalecerse hasta nuestros días.

Otra de las grandes virtudes de este libro me parece especialmente significativa. En el capítulo 8 de mi propio libro Money, Bank Credit, and Economic Cycles, muestro en términos teóricos que el banco central se deriva inevitablemente del ejercicio de la banca de reservas fraccionarias. Esto se debe a que los propios banqueros privados son siempre los principales interesados e impulsores de la creación de un banco central que, como prestamista de última instancia, no sólo orquesta la expansión crediticia simultánea del sistema, sino que también, y lo que es más importante, es capaz de salvar a los bancos privados siempre que tengan problemas de liquidez y estén en crisis, como la experiencia y la teoría austriaca del ciclo demuestran e ilustran que debe ocurrir una y otra vez de forma regular. Pues bien, la fascinante historia de la creación del banco central de Rothbard explica de forma detallada y extremadamente bien documentada que fueron los principales banqueros privados, encabezados por Morgan y Rockefeller, los que impulsaron y consiguieron, a pesar de todo, la creación en 1913 del banco central americano, y así, el libro de Rothbard confirma y apoya plenamente lo que yo demuestro teóricamente en el mío. Rothbard también explica que la supuesta descentralización de la Reserva Federal, como rasgo distintivo con respecto a otros bancos centrales, es más cosmética que otra cosa y surgió de la obligación política de mantener al menos la apariencia del sistema de expansión en capas y piramidal desde los bancos de Nueva York a los miles de bancos locales que siempre había caracterizado al sistema financiero americano. (Rothbard ilustra gráficamente este sistema piramidal en la página 138 de su libro).

Además, en agudo contraste con Friedman y la mayoría de sus seguidores monetaristas y keynesianos, que consideran la deflación incompatible con el crecimiento económico, Rothbard ofrece una explicación muy convincente del periodo deflacionista que abarcó desde el final de la Guerra Civil hasta la Primera Guerra Mundial. Este período se caracterizó por un aumento de la productividad y de la prosperidad como nunca se había visto antes en los Estados Unidos, y como este aumento superó el aumento de la oferta monetaria, condujo a una deflación secular de más del uno por ciento anual, con tipos de interés nominales del 3,5 por ciento y una extraordinaria acumulación de capital. En resumen, el mejor escenario económico concebible.

Por último, me gustaría comentar el absolutamente brillante análisis de Rothbard sobre el impacto que la Gran Depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial ejercieron sobre el mundo bancario y monetario americano. Para empezar, en contra de la dañina y errónea interpretación de Friedman de que la Gran Depresión se debió a que la Reserva Federal no inyectó suficiente dinero, Rothbard muestra que la Fed en realidad llevó a cabo políticas de flexibilización cuantitativa muy intensas (por ejemplo, comprando más de la mitad de la deuda pública emitida para financiar el enorme déficit público, p. 294). Además, Rothbard explica que esta enorme inyección monetaria fue contraproducente y contraproducente, ya que sólo sirvió para hacer subir aún más la demanda de dinero, en un entorno en el que la incertidumbre crecía porque las regulaciones y el proteccionismo proliferaban a diestro y siniestro.

También es excelente el relato de Rothbard sobre el frenesí de regulación e intervencionismo que se infligió al país con el pretexto de la Gran Depresión y que culminaría en instituciones tan dañinas como la Comisión del Mercado de Valores (SEC), las normas contables obligatorias y las leyes bancarias de 1933 y 1935. Igualmente brillante es su análisis histórico de la complicidad que existió entre el Banco de Inglaterra (Montagu Norman) y la Reserva Federal (Benjamin Strong) y que llevó a los Estados Unidos a aplicar una política inflacionista extremadamente intensa durante los años que siguieron al retorno de Inglaterra al patrón oro en la posguerra, después de haber cometido el gravísimo error de restablecer la paridad de la libra esterlina con el oro anterior a la Primera Guerra Mundial. Leemos, en resumen, que se estableció un pseudo patrón oro (patrón oro-cambio) basado en la libra, y se pusieron todo tipo de obstáculos para evitar que los bancos centrales de otros países canjearan sus libras en oro. Esto duró hasta que el Banco de Francia, por consejo de Charles Rist y mediante el canje de libras de papel en oro, obligó a Inglaterra a abandonar este pseudo patrón oro, e Inglaterra incumplió todos sus compromisos. La historia se repitió más tarde, mutatis mutandis, cuando, a raíz de los acuerdos de Bretton Woods, el dólar sustituyó a la libra y las reservas en dólares fueron teóricamente canjeables por oro de Fort Knox a razón de treinta y cinco dólares la onza. Esta situación duró hasta que, en 1971, Nixon se vio obligado, como Inglaterra casi cuarenta años antes, a abandonar este compromiso (sobre todo cuando Francia —en este caso bajo Charles de Gaulle, asesorado por Jacques Rueff— hizo lo mismo que antes y cambió la enorme masa de eurodólares emitidos para financiar la guerra de Vietnam y el Estado benefactor americano por oro a razón de treinta y cinco dólares la onza).

La situación no ha cambiado desde entonces, y fue bastante profético por parte de Rothbard, allá por 1976, haber visualizado la creación del euro como una fuerte moneda de cambio que, en la tradición del marco alemán, podría convertirse en un modelo de estabilidad monetaria capaz de amenazar el liderazgo monetario del dólar de los estados unidos. (Sin embargo, por desgracia, hoy vemos que el Banco Central Europeo todavía no ha estado a la altura de las circunstancias y, en cambio, se ha hundido en un servilismo inflacionista hacia la Reserva Federal y, al hacerlo, ha traicionado todos sus principios fundacionales). De hecho, en el último párrafo del libro de Rothbard, leemos lo siguiente (p. 490): «Tal vez el pronóstico más probable sea la formación de un nuevo bloque monetario europeo de dinero duro, que con el tiempo podría ser lo suficientemente fuerte como para desafiar al dólar, tanto política como económicamente. En ese caso, el patrón dólar probablemente se desmoronará, y podríamos ver un retorno a los bloques monetarios de la década de 1930, con el bloque europeo esta vez sobre una base más dura y casi de oro. Es al menos posible que en el futuro el oro y las monedas duras europeas destronen por fin al triunfante pero cada vez más incómodo dólar.»

En resumen, se trata de un libro absolutamente notable que desenmascara el inflacionismo de autores como Fisher e incluso el propio Friedman y que está repleto de detalles y deliciosas anécdotas (a pesar de que de vez en cuando se mencionan nombres y se solapan los diferentes artículos), como cuando Rothbard nos cuenta que el teórico monetario Lauchlin Currie resultó ser un espía ruso y tuvo que morir en el exilio en Colombia. En mi opinión, el libro contiene muy pocos errores. (Quizá el más significativo sería que Rothbard juzga con demasiada dureza la Ley Glass-Steagall de 1933, sin reconocer que fue un paso —aunque muy tímido— hacia un coeficiente de reservas del 100%, ya que la ley exigía al menos que la banca comercial estuviera separada de la industrial y, por ejemplo, llevó a Morgan a fundar Morgan Stanley como banco de inversión separado de su banco principal).

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