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Desenredando las raíces del colapso del marco alemán

Los 1920 en la República de Weimar, Alemania, constituyen un capítulo único en la narrativa económica mundial, una sinfonía caótica de fuerzas financieras que culminó en una de las hiperinflaciones más prominentes jamás presenciadas. En este efímero periodo, la curva ascendente de los índices de precios puso a prueba los límites de la comprensión económica y la estabilidad monetaria.

Entre 1921 y 1923, el reichsmark —la moneda alemana de la época— se sumió en una espiral inflacionista, en la que las tasas anuales de inflación superaban el centenar por ciento. En 1923, estas tasas se catapultaron hasta el espectacular reino de los millones por ciento en meses. Los fundamentos de este fenómeno, aunque polifacéticos, hunden sus raíces en las inestables exacerbaciones políticas y económicas ante la ocupación francesa del Ruhr. Como una pesadilla económica que trascendió los cálculos convencionales, la hiperinflación alemana de los años veinte refleja los peligros latentes de las políticas monetarias y fiscales en el escenario de posguerra aún hoy.

Muchas personalidades —como Karl Helfferich, antiguo vicecanciller del Reich— sostenían que la hiperinflación del marco alemán se debía a un desequilibrio estructural de la balanza de pagos, debido principalmente a la deuda de guerra que Alemania mantenía tras la Primera Guerra Mundial, firmada en virtud del Tratado de Versalles. Este intento de achacar todos los problemas estructurales, tanto del marco como de la conducción de las políticas fiscales y monetarias, únicamente al déficit de la balanza comercial fue un gran impedimento para reformar las instituciones y las normas del Reichsbank.

Si seguimos las raíces y la cronología de los acontecimientos, nos encontramos con una amalgama de sucesos provocados por el descuido en la conducción de la política económica y el desprecio absoluto por los predicados básicos de la economía.

La desvinculación del marco alemán del patrón oro en 1914 —una decisión impulsada por las exigencias de la Primera Guerra Mundial— marcó un alejamiento de los principios de la moneda sana, especialmente desde la perspectiva de la escuela austriaca de economía. Esta medida, imitada por varias naciones envueltas en la guerra, reflejó un cambio significativo de la política monetaria caracterizado por el abandono de la disciplina impuesta por el patrón oro. Según la Escuela Austriaca, una moneda vinculada a un activo tangible, como el oro, sirve de freno crucial a la expansión arbitraria de la oferta monetaria por parte de gobiernos y bancos centrales.

El abandono del patrón oro en tiempos de conflicto, como se observó en Alemania, expone la moneda a los caprichos de las necesidades de financiación de los gobiernos. Este cambio no sólo socava la estabilidad de la moneda, sino que también la sitúa directamente a merced de las políticas discrecionales, lo que puede provocar presiones inflacionistas y erosionar el valor del dinero con el paso del tiempo. Desde una perspectiva austriaca, la renuncia al patrón oro puede verse como un paso precario hacia la conversión de la moneda en un mero instrumento en manos de las autoridades gubernamentales y los bancos centrales, vulnerable a la manipulación por exigencias económicas y bélicas a corto plazo.

La nueva era de la moneda fiduciaria ha distorsionado el significado real del dinero, que surgió de los intercambios voluntarios para satisfacer las necesidades de los agentes del mercado. En lugar de servir como medio de intercambio y depósito de valor basado en las preferencias e interacciones de los individuos en el mercado, las monedas fiduciarias pueden ahora manipularse a voluntad. Los gobiernos, que no están sujetos a la disciplina de las materias primas, pueden imprimir dinero a su discreción, lo que provoca inflación, devaluación de la moneda y erosión del poder adquisitivo.

Además, dependiendo de las circunstancias en las que el aumento subyacente de la base monetaria se distribuya a grupos específicos favorecidos por el gobierno, estos grupos obtienen una ventaja competitiva sobre otros participantes en el mercado que no se benefician de la expansión de la base monetaria. Estos grupos privilegiados pueden aprovechar su mayor poder adquisitivo en un panorama económico que refleja las condiciones de precios anteriores a la expansión de la base monetaria. Este fenómeno se conoce comúnmente como «efecto Cantillon».

El resultado de esta incursión en los fundamentos praxeológicos de la economía es que la moneda fiduciaria está sometida a la pesada carga de servir a los intereses populistas de los gobiernos. Existe la concepción errónea de que el dinero, para tener valor en la economía real, necesita la aprobación del Estado o de alguna institución monocrática, como en la teoría del valor impositus.

Basándose en su prerrogativa de aumentar la base monetaria, el Reichsbank ignoró por completo que los tipos de cambio —incluso con posibles manipulaciones mediante la compraventa de divisas— forman parte en esencia de un fenómeno de mercado, en el que los agentes económicos actúan a través de sus conocimientos descentralizados y dispersos. El concepto de descentralización de la información de Friedrich von Hayek subraya que los individuos, dispersos por toda la economía, poseen conocimientos únicos y localizados sobre sus circunstancias, preferencias y expectativas.

En el contexto de los tipos de cambio, esto significa que los participantes en el mercado, impulsados por su información diversa y descentralizada, responden a las variaciones de la base monetaria de formas que las autoridades centrales no pueden predecir ni controlar totalmente. Con el aumento subyacente de la base monetaria y con unos agentes del mercado que ya no consideraban la moneda como un medio fiable de cambio o de valor, el marco alemán se sobrevendió, provocando una rápida depreciación de su valor. Esta pérdida de confianza en el poder adquisitivo de la moneda provocó presiones hiperinflacionistas y una erosión de su papel como medio de cambio estable.

Con la monetización de la deuda sin tener en cuenta los ingresos fiscales —que sería una fuente de ingresos que no provocaría un aumento del circulante, pero su valoración sería muy impopular—, el Reichsbank empezó a cubrir los déficits crónicos de la economía alemana emitiendo letras del Tesoro. El descuento de las letras del Tesoro proporcionó un canal para la inflación que se reflejó directamente en el agregado monetario. Alemania gastó todo el año fiscal de 1914 y gran parte de 1915 sin crear ninguna fuente ordinaria de ingresos.

En medio de los crecientes déficits y los eventuales pagos de reparación, se formó la «tormenta perfecta» para la catástrofe del marco alemán: pagos de reparación, devaluaciones de la moneda, aumento de los precios internos de importación y exportación, subida de los precios internos, déficits presupuestarios y consiguiente aumento de la demanda de préstamos bancarios, y aumento de la emisión de moneda para cristalizar y retroalimentar este ciclo.

En 1923, el número de diciembre del periódico Wirtschaft und Statistik publicó algunas mediciones de la desproporción entre las emisiones de letras del Tesoro y los préstamos del gobierno en comparación con las fuentes de ingresos del gobierno alemán procedentes de los impuestos. El resultado revelaba que sólo el 15% del gasto total se cubría con impuestos, lo que indicaba un importante desfase entre el gasto público y los ingresos fiscales. Como consecuencia, el déficit financiero se cubrió mediante la monetización, con una emisión masiva de moneda y una expansión de la base monetaria. Esta dependencia de la imprenta para financiar el gasto público provocó una grave devaluación del marco alemán y, en última instancia, contribuyó a la crisis de hiperinflación de 1923.

La crisis del reichsmark es extremadamente útil para comprender los peligros asociados a las políticas fiscales y monetarias irresponsables, especialmente cuando se intenta anular los fenómenos del mercado. Este episodio histórico sirve de crudo recordatorio de los peligros que surgen cuando los gobiernos ignoran la naturaleza real de los fenómenos económicos y, por arrogancia centralizadora, pretenden usurpar el papel de los propios mecanismos de mercado.

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